miércoles, 25 de marzo de 2015

LA BOTICA ILUSTRADA


             Es un día lluvioso en Buenos Aires, la primera lluvia del otoño bonaerense. Veo caer el agua desde mi balcón mientras escribo estas líneas, pensando en lo mucho que ha llovido desde que el negocio más antiguo de la ciudad abrió sus puertas. Allá por el siglo XVIII.

            Un día de 1785, el farmacéutico Francisco Salvio Marull abrió una botica en la esquina de Potosí con Santísima Trinidad. Hasta las calles han cambiado de nombre, pues ahora son Alsina con Bolívar, pero el negocio apenas ha mudado su forma en poco más de dos siglos, a pesar de haber sido derruido en una ocasión. Aquella tienda se conocía en toda la ciudad como La Botica, y en ella se vendían velas, estampitas, crucifijos, y lo que fue muy importante en aquella época: los primeros libros de la ciudad, que llegaban desde el Alto Perú. También fue la esquina, donde en 1801 se vendió por primera vez prensa en el Gran Buenos Aires.

            Allí permaneció La Botica, hasta que en 1830 cambio de negocio y de nombre. Así pasó a ser una librería, que pronto se denominó La Librería del Colegio, pues se encontraba ─aún se encuentra─ junto al Colegio Nacional de Buenos Aires. En ese lugar, los estudiantes compraban la mayor parte de sus libros y material escolar. Este colegio se encontraba, o se encuentra dentro de la importante Manzana de las Luces, punto clave de la historia porteña, lo que hace que dicha parte del barrio de Montserrat sea desde hace muchos años el punto preeminente de la cultura y la política del país. Junto al Colegio Nacional y la librería, se encuentra también el viejo colegio jesuita de San Carlos, y allí estaba el desaparecido café de Marco. Éste, se situaba  frente a la vieja botica y por si tuviera poca importancia la zona, en el café de Marco era donde se juntaban los revolucionaros de 1810, que junto a otros importantes nombres de la historia y la política patria, tales como Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Juan Bautista Alberdi, Santiago de Estrada, Aristóbulo del Valle, entre otros muchos, también eran clientes asiduos de la vieja librería del Colegio.


            En 1926 el antiguo edificio bajo el cual estaba la librería fue derribado. Rápidamente se construyó un nuevo edificio residencial, de estilo ecléctico. Una construcción que en su inauguración rompía bastante con la estética clásica de la ciudad. Pero pronto se arregló todo, no sean ingenuos, pues no fue para bien, y a partir  de los años treinta del siglo pasado, las autoridades, junto a los empresarios y constructores, se dedicaron a destruir una gran parte de la antigua cara de la ciudad de Buenos Aires. Llevándose por delante una incontable cantidad de construcciones, palacios y edificios de otra época, del periodo de máximo esplendor de la capital del río de La Plata. Por suerte en el local y en el subsuelo de este viejo edificio, volvió a abrirse la librería del Colegio. 

            Durante el año 1994 la vieja librería pasaba un bache muy duro. Fue cuando Miguel Ávila, antiguo dueño de la librería Fray Moncho, la adquirió, cambiando su nombre por el de su apellido. Cambió también el fondo de la librería, pues se especializó en libros y revistas antiguas, ediciones de coleccionismo y rarezas históricas. Eso sí, manteniendo el estilo tradicional del local. Y así sigue hoy, con decenas de viejas estanterías quejumbrosas de madera, repletas de libros de todos los ámbitos, siendo evidentemente la mayor parte de historia, tanto patria como general. La colección amplia se expande en una balconada superior, donde se puede encontrar de todo: desde libros nuevos, hasta verdaderas joyas en papel, como la edición china de El Quijote de Cervantes, libros de primaria de hace cien años en perfecto estado, o el bando de Manuel de Sarratea de 1819, en el cual se especificaba las condiciones para que pudiera funcionar una pulpería. 

            Desde el año 2000 es considerado sitio de interés nacional, una placa en la puerta lo recuerda. También recuerdan su viejo nombre los azulejos pintados que se ven en el saliente en forma de balcón cerrado del segundo piso. El local es visitado por muchos turistas que compran menos de lo que deberían, tal vez por no conocer a fondo la historia del lugar, y lo importante que es colaborar en su mantenimiento. Ya sea llevándose algo de los anaqueles, o tomándose un café en su subsuelo, donde se abre desde hace muchos años el café de la librería Ávila, conocida en toda la ciudad como el Café Literario y que sin duda, viendo su escaso trabajo, no tardará en perderse.

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